“Sentir sin conocer, contribuye a reforzar antiguas perspectivas, actitudes y estereotipos”
En siglos (milenios) de evolución, no hemos cambiado tanto como parece porque, cuando las cosas se ponen feas, lo mitológico sigue siendo el recurso en el que depositar explicaciones y esperanzas.
Para quienes no abrazan creencias religiosas, los antiguos dioses han sido sustituidos por explicaciones pseudo científicas o modernismos conceptuales descontextualizados a conveniencia. Un buen ejemplo es el (mal) uso de la palabra empatía, objetivo muy loable que empieza a sonar tan vacío como el mensaje de confianza de los bancos porque “dime de qué presumes, te diré de qué careces”.
El desarrollo del Proyecto Máscaras nos ha hecho agudizar la percepción sobre muchas “normalidades” que deben ser cuestionadas pero la más importante es que pre-tender entender y sensibilizar desde la anécdota no sirve. El conocimiento se construye en comunidad y eso implica que la reflexión y la mirada experta han de apoyarse en la experiencia y que la empatía necesita ser rediseñada.
Las reflexiones de Manuel Calvillo sobre la tiranía de la normalidad suelen poner el dedo en la llaga sobre el paternalismo que encierra lo que pensamos y hacemos en relación al “colectivo de personas con discapacidad”. Porque si bien las preguntas de base siguen siendo las mismas (¿colectivo?, ¿capacidad para?), la sobredosis sentimental con que se manipula en este caso el concepto de empatía resulta altamente ofensiva en todos los sentidos. Su reflexión es de obligada lectura y nos permitimos subrayar y traer aquí la potencia de algunas obviedades imprescindibles:
Seguro que algunos de vosotros conocéis programas y proyectos educativos o sociales que pretenden acercar la realidad de las personas con discapacidad a la población general, buscando así aumentar la empatía
En otras ocasiones estos proyectos de sensibilización consisten en participar en actividades o circuitos (…) casi con toda seguridad te habrás sentido por unos instantes muy cerca de las personas para las que estas situaciones son mucho más que un juego (…) y ser así más sensibles ante muchas cosas cotidianas para las que nuestra capacidad nos discapacita.
Estas actividades de sensibilización son anécdotas, pero para entender necesitamos la biografía. Estas prácticas educativas son un lugar en el mapa, un destino, pero para entender necesitamos conocer el viaje. Ese escenario personal, esa biografía le da un significado totalmente diferente a estas experiencias aisladas.
Por todo ello estas actividades educadoras de la empatía encierran a la vez una sutil perversión. Tras sentirte como discapacitado por unos minutos puedes acabar por formarte una visión trágica, paternalista y lastimosa de la discapacidad y de las personas que la habitan. Y, como ya hablamos en este blog, en la mayoría de las ocasiones esta imagen trágica pertenece sobre todo al mundo de “los normales”, no es real que las personas con discapacidad se sienten ni más desgraciadas, ni más tristes, ni más infelices que el resto.
… es posible que este sentir sin conocer contribuya a reforzar antiguas perspectivas, actitudes y estereotipos. Poco ha de ayudar esta educación a una verdadera inclusión
Para potenciar la utilidad y el poder de cambio de estas actividades y espacios de simulación de la discapacidad debieran de cuidarse más las emociones y los pensamientos que se quieren generar con estas actividades y circuitos en las personas que las “prueban”.
Pero además el paso por estas experiencias educativas deberían contagiar la pasión de vivir que sienten la mayoría de las personas (también las “condiscapacidad”), de sus preocupaciones, sus alegrías, de sus aspiraciones a ser quienes son y de los nulos deseos de cambiar su discapacidad por cualquier otra.
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Goio Borge says:
sucede que los normales y empáticos, además de saberse normales y empáticos, quieren además parecer que su forma de sentir es merecida, que los que no son normales y que por ello nadie les quiere ni empatiza con ellos, se den cuenta de que son excelentísimas personas. Vamos, no sólo se trata de sentar al pobre en la mesa de navidad, sino de que además lo agradezca sentidamente y rece un rosario…
Isabel Iglesias says:
Qué asco de escaparatismo de pacotilla, ¿verdad?
Yo creo que, salvo casos extremos, es fundamentalmente un problema de educación y de recordar aquello de que “la libertad de tu puño acaba donde empieza mi nariz”. Parece que se nos olvida que todas las personas tienen nariz.