Industrias creativas y culturales: la paradoja

Julen Iturbe 4 Xaneiro 2023

En mi trayectoria profesional siempre he estado relativamente cerca del sector de las llamadas industrias creativas y culturales. Sin embargo, ha sido a partir de 2018 cuando he tomado un contacto más intensivo con el sector. Comenzó con la colaboración en los programas de formación avanzada de KSI Berritzaile y ha continuado con proyectos de asesoramiento a más de veinte organizaciones del sector desde entonces y con la participación (a través de un módulo en el que analizábamos los modelos de negocio) en las dos ediciones que hasta la fecha se han llevado a cabo del Programa de Consolidación de Proyectos Empresariales impulsado por BDCC Basque District of Culture and Creativity.

Pues bien, después de esta intensa colaboración en los últimos cinco años, ¿qué he aprendido? Siento decirlo, pero en gran parte, veo un sector que, para mí, se encuentra demasiado instrumentalizado. He solido emplear, en más de una ocasión en diversos proyectos de consultoría, un ejercicio para profundizar en esa dicotomía entre vocación y profesión que parece acompañar de forma irremediable a quienes trabajan en este sector. Lo que sale de dentro se enfrenta a un sistema que, de la mano del gobierno de Tony Blair a mediados de lo 90, se convirtió en moneda de cambio para el desarrollo económico. Capitalismo emocional en estado puro. Emocional, global, cognitivo, artístico. Mercado, es lo que hay.

Hace poco leía unas declaraciones que me bajaban a tierra de la peor manera posible. Alfonso Santiago, de Last Tour, refiriéndose al caché de las bandas en los conciertos, lo dejaba claro: «Cada uno vale lo que mete. Es el mercado». A tanta gente reúnes en el concierto, tanto vales. ¿Así de simple? Me vienen a la cabeza los trabajos de Álvaro Fierre desde Cultumetría. La medición de impacto es más compleja. Pero cuando la vara de medir económica se magnifica —¿podemos pensar de verdad en otra tal como tenemos montado este mundo en que vivimos?— el lado vocacional sufre. Remedios Zafra ya describió este descenso a los infiernos en El entusiasmo. Y mucho antes, Rubén Martínez y Jaron Rowan, desde aquel emblemático proyecto llamado YProductions, nos pusieron sobre aviso en torno a la precarización del sector. Porque las industrias creativas y culturales son, a día de hoy, un lugar magnífico para explicar las teorías del moderno precariado.

El sector es estratégico. Y ahí comienzan las máquinas excavadoras a remover el terreno para abrir una gran fosa colectiva. El sector vive en la encrucijada de la financiación pública y del capitalismo global. Vive del «porque sí», «porque me sale de dentro» y, a la vez, del impacto económico. Biznaga le canta al ocio. La Universidad de Deusto, mientras tanto, se especializa en estudios en torno al ocio. Guy Debord ya lo resumió de forma que no dejaba lugar a dudas: somos sociedad espectáculo. Y la cultura es todo. Nada escapa de sus tentáculos. El capitalismo se vuelve artístico. Giles Lipovetsky le dedica páginas y páginas. La secuencia es verdaderamente lógica: cuando todo es cultura, el capitalismo global solo puede circular por un carril. Y ahí, en ese carril, los ultradeportivos que van a toda pastilla se encuentran adelantando a una multitud de pequeños proyectos con sus vehículos artesanales, con sus esperanzas en sacar el arte y la cultura que llevan dentro. Aparta y métete por el arcén.

¿Hay solución? ¿Es autoprecarización? A la primera pregunta, sí. A la segunda, no… con matices. ¿Por qué hay solución? Porque nuestro supuesto primer mundo ha virado hacia un empleo del tiempo muy diferente del que definía a las generaciones anteriores. La sociedad contemporánea sabe que la tradicional competitividad en la que navegan las organizaciones con ánimo de lucro ha virado hacia la inteligencia artificial. Robots, cobots, digital twins y todo el arsenal que despliega la industria 4.0 lo están dejando claro: como «trabajador de toda la vida» sobras. El tiempo productivo es para las máquinas; nosotras, las personas queremos diferenciarnos. Tenemos que demostrar que somos humanos, que somos capaces de solucionar tu captcha.

Trabajo con personas del mundo ICC y me reconecto con el orgullo que demuestran cada día: pelean por ser quienes quieren ser. Este el gran poder. Y la gran trampa, lo acepto. ¿Tanto te sale de dentro? Pues adelante, pero no me vengas luego a pedir salario digno. Lo haces porque quieres. El drama se sirve con el desayuno cada día. Miseria.

Es un sector con el que no puedo trabajar con las lógicas de mis otros proyectos. Su complejidad es enorme ya solo por ese pequeño detalle que citaba en el párrafo anterior: las personas que lo protagonizan merecen un respeto que, me temo, no va mucho con estos tiempos de sobreexcitación hormonal alrededor del éxito. El sector sabe que el fracaso también lo define. Conocemos tantas historias de fracasos reconvertidos en éxitos y viceversa que no conviene ponerse en modo dictar sentencia. Hay demasiados matices en el camino.

Imagen destacada del post de edith lüthi en Pixabay.


Publición original: Consultor artesano

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